Leer el día a día de la vida del emperador Carlos V es apasionante, lo confieso. Por eso, una vez más, reitero mi admiración y agradecimiento eternos a todos los historiadores —e historiadoras, que no se me queje nadie luego— que dedicaron y dedican su vida a conocer más del personaje, de sus hechos, de sus actuaciones. Por citar alguno de los actuales, al profesor Carlos Belloso Martín, a quien le debo buenos consejos y mejores lecturas para profundizar en aquello de los Comuneros, cuando buena parte de Castilla se le puso flamenca —no sin razones— a un flamenco como era Carlos V —nacido en Gante, entonces Flandes. No que le diera por tocar las palmas—. Ello son los grandes culpables de estas líneas diarias.
Y ese día a día revela cosas tan curiosas a ojos de ahora, pero no de los de entonces, como la que voy a relatar a continuación. Vale que, como ocurre en nuestros tiempos —no tanto, seguramente—, estaba rodeado de consejeros de todo tipo; y también que España no era ni por asomo —por población, digo. Ganas de cachondeo en todos los sentidos, las de siempre— el reino que es en la actualidad, el de las cien pequeñas y cabreadas, que le oí en una ocasión a Pedro Ruiz en un monólogo, y no le falta razón.
A lo que voy, que me pierdo por los cerros de Úbeda y no vuelvo: tal que el 12 de diciembre de 1523, estando Carlos V como estaba por entonces en Pamplona —llevaba allí desde el 12 de octubre, y allí permanecería hasta el 2 de enero de 1524. Tocaba gira por España, y más después de lo de Castilla y sus Comuneros—, firmó una cédula en la que, entre otras cosas, mandaba que en Aldea del Rey «haya un hijodalgo entre los cuatro que se habían presentado y Mayordomo que allí se nombren», según refiere Foronda y Aguilera en su Estancia y viajes del Emperador Carlos V.
¿Y qué tenía Aldea del Rey para que Carlos V le dedicara tan especial atención? Porque allí se encontraba la sede de la Orden de Calatrava, en el Castillo de Calatrava la Nueva; una de las órdenes que participó —y se ganó el respeto y admiración de todos— en la Batalla de las Navas de Tolosa, en 1212. Además de otro “pequeño” detalle: desde que Fernando el Católico —el abuelo paterno de Carlos V, recuerdo— fuera elegido Maestre de la Orden en 1487 por bula papal, todos los reyes de España ostentaban el título. O sea, que el mandamás era él. Así que como para no preocuparse por los asuntos de la orden y todo lo que concerniera al lugar donde se asentaba. En la provincia de Ciudad Real, por si os pica la curiosidad. Un sitio precioso, no digo más. Buscadlo en Internet, buscadlo.
Foto del Castillo de Calatrava extraída de la web del Ayuntamiento de Aldea del Rey.