Ya he contado que después “de” lo de Metz, el emperador Carlos V se retiró a Thionville, a unos 30 kilómetros en la actualidad por la A31 francesa, a ver si se reponía del asunto, que fue chungo para él. Seguramente, lo que no esperaba era la resistencia de las huestes guiadas por el duque de Guisa, que se batieron el cobre para aguantar las acometidas imperiales, que golpearon duro contra sus murallas y fortificaciones. Que más o menos sería como cuando, en una ocasión, a un miliciano talibán le preguntaron por los bombardeos de los americanos contra sus bases, que para bombardeos los de los rusos durante la invasión de Afganistán. Que esos sí acojonaban, respondió el colega.
Pues eso, que tal que el 12 de enero de 1553, el emperador Carlos V, estando como estaba por entonces en Thionville, como digo, escribió a su hermano Fernando para decirle que lo de Metz, malamente tra tra. O sean, que había más posibilidades de que Los Beatles volvieran a juntarse que él de recuperar aquella ciudad; cuando, para colmo de males —los del emperador. Quince días después se largó para Luxemburgo, donde tuvo que permanecer unos días por no estar demasiado católico. Le dio una miaja de apechusque—, el francés, o sea, Enrique II, estaba dándole la brasa en Hesdin, cerca del Paso de Calais, a más de 400 kilómetros de distancia. Meses después, Carlos V dejaría aquella ciudad como un solar, abandonando todo intento de recuperar Metz.