¿Sabíais que el emperador Carlos V pasó el 14 de diciembre de 1541 en El Provencio, hoy provincia de Cuenca? ¿Y?, os estaréis preguntando. Nada, que ahí queda ya que así lo refleja Foronda y Aguilera en su Estancias y Viajes del Emperador Carlos V; que no todo iba a ser Valladolid y su Corte, Toledo, Madrid o Monzón, por citar en España lugares a los que solía acudir con frecuencia para pasar temporadas —luego está el imperio, pero eso ya es otro percal—.
Porque entonces no había otra manera de viajar que esos caminos del Señor, y rezando para que no estuvieran malamente, tra tra. Siglo XVI. Exquisiteces, las justas. Es así. Eso permitió a lugareños de muchas pequeñas villas ver al emperador en persona, algo que no estaba al alcance de la mayoría. Siglo XVI, insisto. Nada de televisión, ni tampoco de redes sociales; cuando las noticias se conocían pasados unos días, unas semanas, unos meses. Eso, si se conocían.
A El Provencio, digo, llegó el día anterior, 13 de diciembre, después de recorrer los casi 86 kilómetros —algo más de 17 leguas de la época— que la separan de Albacete. O sea, pechada guapa que se pegó la comitiva en la que viajaba. A modo de curiosidad, aparte de pasar el día allí, le dio tiempo de expedir tres cédulas —la misma cantidad que en todo 1555, como dije ayer— y convocar Cortes en Toledo para el 25 de enero de 1542, a las que no asistió, pues se las saltaría como un campeón. Que para eso era rey y emperador.