Y todo por un error de interpretación

Tal que el 7 de diciembre de 1941, y mientras en Alemania a Adolfo Hitler le daba por quitarse de en medio, y de manera física —mediante el ‘Decreto Noche y Niebla’, inspirado en una obra de Richard Wagner—, a aquellas “personas que ponen en peligro la seguridad de Alemania”, esto es, oponentes políticos y miembros de la resistencia en los territorios ocupados, a Japón le dio la tontuna de atacar a Estados Unidos en su propio territorio; en las Islas de Hawái, pero para el caso es lo mismo. Y por las bravas, sin ‘alguien va a atacar a alguien’ ni comentarios o avisos previos. Y, según parece, todo por culpa de un error de interpretación.

Vamos con el asunto. El crac del 29 afectó a Japón como a todo hijo de vecino. O sea: hambre, miseria y todo eso. Así que los japoneses se echaron en brazos de los militares, que proponían una expansión territorial con objeto de buscar materias primas con las que hacer funcionar de nuevo la industria nipona. Como el sudoeste de Asia estaba medio dejado de la mano de Dios por las colonias europeas desde principios de los años 30, allá que se fueron los japoneses. Unamos a lo anterior que hacia 1940, Japón se comprometió a no agredir a la URSS y que, poco después, se alió con Italia y Alemania conformando lo que se llamaría el Triple Eje. En consecuencia, Japón se había convertido en un imperio de los de verdad, de los que asustan. Porque los rusos bastante tenían con contener a los alemanes por el este, mientras que los chinos miraban a sus vecinos del sol naciente como un labriego a un nublado. La expansión de Japón era un hecho. Pero si se expandía por el Pacífico, tarde o temprano daría con un enemigo nada agradable: los americanos.

Dado el fregado en el que se había metido Europa por culpa de las ansias expansionistas de Hitler, EE.UU. optó por aislarse de todo y de todos. Que se dieran los demás de guantazos donde quisieran, que ellos se dedicarían a ver el espectáculo desde el sillón de su sala de estar. Incluso Roosevelt, presidente del país, se comprometió a no enviar a los hijos de américa para dejarse la vida en Europa. Y en estas, Japón expandiéndose por el Pacífico. En algún momento tendrían que chocar americanos y japoneses.

Y chocaron.

Los primeros quisieron arreglar el asunto con sanciones —en especial, al combustible y a las materias primas— que a los nipones por un oído les entraba y por otro les salían. Tensión al canto. Pero todavía, a pesar de todo, se quiso reconducir aquello, y a punto estuvo de suavizarse la cosa a lo largo de 1941 con un acuerdo entre ambas naciones para poner fin al bloqueo comercial y, de esta manera, limar asperezas, que limitaba la expansión territorial japonesa a Asia.

Todo parecía que tendía a suavizarse, que Japón no saldría del redil asiático, y aquí paz y después gloria a cambio del fin del bloqueo norteamericano, hasta que se lio parda la noche del 25 al 26 de noviembre de 1941, cuando los negociadores americanos hicieron llegar a sus homólogos nipones un documento que éstos no esperaban: la Nota Hull, llamada así por el secretario de estado americano, Cordel Hull. Por dicha nota supieron los japoneses que EE.UU. ignoraba todo lo acordado con anterioridad y que, en consecuencia, la negociación había concluido. Se acabó lo que se daba.

Y todo por culpa de un error de traducción. O eso se cuenta.

Porque los americanos no quisieron contar con traductores de inglés a japonés de origen nipón. Que no se fiaban de los japoneses ni aunque fueran americanos, así de claro. ¿Qué paso? Que cuando llegó el documento japonés a la mesa de Cordel Hull, los traductores confundieron una expresión que significaba “plan de compromiso final” y la tradujeron por “propuesta absolutamente definitiva”. Para qué queríamos más fiesta. Los americanos se lo tomaron como un ultimátum y se descolgaron con la ya famosa Nota Hull.

Así que el día 7 de diciembre de 1941, o sea, poco más de dos semanas después de acabar como el rosario de la aurora la negociación entre ambos países, el ejército japonés se lanzó a degüello sobre Pearl Harbour, EE. UU. declaró la guerra a Japón rompiendo así su aislacionismo previo, y pasó lo que pasó: años pegándose tiros, Hiroshima, Nagasaki, etcétera.

En fin…

 

 

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