Una ventana cualquiera

«Ahora tu conciencia está limpia».

Eso canta Tanita Tikarám. Su voz grave, que escupe el pequeño altavoz portátil, llena la habitación en la que una chica termina de arreglarse. Cama revuelta, ventana abierta, viento que juguetea con las cortinas.

—Ahora tu conciencia está limpia… —musita mirándose al espejo.

Lo que le devuelve el reflejo son los restos del naufragio: ojeras pronunciadas, rictus serio, labios secos. Decepción podría ser la palabra. Quizás. También traición. Son tantas y tantas las que se le ocurren…

«De mis manos sabes que nunca serás», prosigue aquella cantante de origen alemán y padre —por lo que leyó hace tiempo— fiyiano y madre malasia. Comenzó a ganarse el jornal por los pubs de Londres hasta que el responsable de una discográfica la dijo tú vales para esto, niña.

—Y de las mías, tampoco.

Lo dice convencida mirándose al espejo a pesar de que lo que ve no le gusta nada. No le importa. Hoy lo rompería en añicos; mañana le devolverá una imagen menos ajada. Pasado… Pasado será ya pasado, un ayer que nunca debió existir, un recuerdo arrojado al pozo del olvido. Tu conciencia está limpia, se repite. Lo que fue queda atrás, lo que pudo ser nunca será. Conciencia limpia. Dignidad, orgullo; y el valor para cerrar una puerta por la que la soberbia y la altivez se habían colado en forma de amor, de palabras cálidas y caricias que sabían a poco. Un giro necesario para controlar su destino, para ser ella quien decida; para no tener que soportar más lo insoportable.

«Más que un giro en mi sobriedad», concluye Tanita Tikaram su canción.

—Más que un giro en mi sobriedad —repite ella.

Una débil sonrisa despierta en sus labios. Alivio, paz. Conciencia tranquila. Agradece el frescor que trae consigo la nueva ráfaga de viento que entra en la habitación a través de la ventana.

Es hora de comenzar de nuevo.

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