Los que entienden del asunto, o sea, los médicos, dicen que un ataque agudo de gota, o sea, uno bueno, bueno, te suele martirizar entre tres y diez días de promedio; y que la gota crónica puede ser menos grave pero, claro, al ser eso, crónica, se repite como el Bolero de Ravel. Entre tres y diez días de promedio, recalco.
¿Y al emperador Carlos V? Más, mucho más. Si hacemos caso a Foronda y Aguilera, el 21 de diciembre de 1544, mientras se encontraba en Gante —su ciudad natal— en vísperas del sorteo de la Lotería de Navidad —esto es cosecha propia. La mayor lotería que te podía tocar en el siglo XVI era seguir vivo al acabar cada día. Que no es poco—, se encontraba convaleciente de un nuevo ataque. El susodicho le vino el día 5 y le duraría todo el mes. Es decir, veinticinco días acordándose de la gota y hecho una porquería —por no decir otra cosa—. Por cierto, que de Gante no se movería hasta mediados de enero del año siguiente.
Ahora, ¿qué estaba haciendo el colega en Gante? Descansar de su tercera guerra contra Francia —hasta cuatro en total sostuvo—, que había ganado, y que le permitía salir airoso del entuerto italiano que le tenía ocupado desde dos años antes. Según lo dispuesto en el Tratado de Crépy, que daba por concluido el asunto italiano —momentáneamente—, tanto él como el francés —Francisco I— se comprometían a vale ya de tanta hostialidad, que va siendo hora de descansar un poco —un chiste como otro cualquiera—, y a una serie de contraprestaciones mutuas. O sea: Carlos V renunciaba a sus derechos sobre el ducado de Borgoña —según la Paz de Cambrai de 1529, renunciaba al territorio pero no al título. Ahora iba a ser sí que sí—, y el francés hacía lo propio con los suyos sobre Nápoles, Flandes y Artois, entre otras disposiciones que también incluían la boda de María, hija del emperador, con Carlos de Valois, hijo del francés, o bien con su sobrina Ana de Habsburgo. Un tipo de muy buen ver el otro Carlos —las crónicas cuentan que era el guacho más guapo de Francisco, además de ser su favorito—, aunque ver, lo que se dice ver, por uno ojo veía poco o nada por culpa de la viruela. Pero, por desgracia, este Carlos se fue para el otro barrio un año después, en septiembre de 1545. Y vuelta poco tiempo después a las andadas.
Así que, pues eso, que el 21 de diciembre de 1544 el emperador Carlos V descansaba en Gante de una nueva trifulca con los franceses, amargado por el enésimo ataque de gota —tres semanas de ataque. Dios bendito—; y maquinando cómo meter mano a los príncipes alemanes, que ya llevaban demasiado tiempo tocándoselos a dos manos. Lo que acabó en hostialidades de las buenas a partir de 1546, pero eso lo contaré cuando llegue el momento. Partido a partido, que dice don Diego Pablo Simeone. Para mí se ha ganado el don como muestra de respeto. ¿Qué pasa?