El tesoro de la Girona, de Javier Pellicer

Divierte, emociona, entretiene, enseña, y te regala horas impagables. Servidor de ustedes no le pide más -ni menos- a una lectura. Así que, cuando abrí ‘El tesoro de la Girona’, de Javier Pellicer Moscardó, sabía que me depararía todo aquello y más.

Para empezar, el tema. Cosas de la querencia de uno por esos siglos en los que el sol no se ponía en tierras imperiales. Un barco integrante de la mal llamada Armada Invencible -¡ay, la ponzoñosa leyenda negra!-, unos supervivientes y una tierra -Irlanda- que no podía ver ni en pintura a su graciosa majestad, ni mucho menos a sus súbditos. Me ponía, para qué engañar.
Para seguir, los personajes. Joan Mateu, el protagonista. Superviviente del naufragio de aquel barco -La Girona- con su historia personal a cuestas. Muchas batallas, muchas heridas en la piel, muchos recuerdos. Y una venganza que cumplir tarde o temprano. Claro que…
Si quien te encuentra tirado en una playa de Irlanda más para el otro barrio que para este, muerto de hambre, cansado de tanto vaivén, superviviente de un naufragio, es un ángel pelirrojo… Esa primera visión de Ealasaid la estás leyendo y, a la vez, imaginando como si la estuvieran rodando para ti. Joan entreabre los ojos, ve aquella visión, y lo primero que piensa es que ya está en el otro barrio y qué recibimiento le están dando. Dando palmas con las orejas. Lo normal. Y sí, es un recibimiento, pero a otro país, a otro mundo, a otras costumbres. Y a un clan, los McDonnell, con Somhairle al mando. Bruto como él solo, pero noble, leal, íntegro. Irlandés. Que no puede ver ni en pintura a los ingleses, insisto. Simpatizante de la causa española. Con tal de chinchar a aquellos, lo que sea menester.
Ealasaid se dedica en cuerpo y arma a cuidar de Joan Mateu con la ayuda del padre Pilip -otro gran personaje-. Se van conociendo gracias al dominio del latín. Entre ellos surgirá algo intenso, profundo, pero… Joan tiene una venganza que cumplir, algo metido entre ceja y ceja. Y como Íñigo Montoya, no descansará hasta ver cumplida esa venganza. Fea de cojones, para qué decir lo contrario. Te ocurre lo que le ocurrió a él y a ver quién es el guapo o la guapa que dice nones. Es entonces cuando se ve entre la espada y la pared una vez recuperado del naufragio: el amor o la venganza.
Mientras lo decide -y conocemos el motivo de la venganza-, Javier Pellicer nos regala un precioso viaje a la Valencia del siglo XVI, con sus calles estrechas, sus gremios, su preparación de las Fallas -si siempre habíais querido saber cuál es su origen, este es el momento-; y también un viaje por su vida como militar al servicio del rey Felipe II: su bautizo de fuego en la batalla de Alcántara, sus peripecias en Nápoles, el viaje a bordo de la armada para luchar contra el inglés… Y también por Irlanda y sus clanes. Una tierra llena de leyendas, de paisajes que ves -te los describe de tal manera que estás allí contemplándolos-, de rencillas entre aquellos clanes, de personajes para echarles de comer aparte como esa Caitlin que, si se mordiera la lengua, se envenenaría ella solita del veneno que corre por sus venas; o como Roderic. Un hijo de puta versión premium, por abreviar.
¿E ingleses? Los hay. Que no se andan con chiquitas con los españoles, como el secretario de Estado Walsingham. Y luego está Christopher Carleill; que para colmo aquél es su padrastro. Mi preferido de la novela. Leal, íntegro, conocedor de la naturaleza humana, que vive en un mundo que no es el suyo; y que, maldita vida aquella, no puede amar como quisiera a la mujer que ama.
Unid a todos ellos unos cuantos supervivientes más de La Girona que harán compañía a Joan Mateu en el castillo de los McDonnell, donde el patriarca del clan los trata y cuida como si fueran sus hijos, y el resultado es una novela del copón.
Leedla si queréis pasarlo en grande. Hacedme caso.

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