La rendición de Vercingétorix

El 3 de octubre del año 52 antes de Cristo, y tras cuarenta días de asedio y unos pocos meses más de sitio, el galo Vercingétorix, jefe de la tribu de los avernos, se rindió ante Julio César y su ejército. La batalla de Alesia, que tuvo lugar el mes anterior, fue la puntilla. Aquello de las lentejas, pero a palo seco.

Sin caldo ni nada.

En consecuencia, se cerraba el último episodio de la Guerra de las Galias, que duró tanto o más que un día sin pan; y que arrojó dos conclusiones: la primera, que la Galia dejaba de ser independiente, pasando desde ese momento a ser una provincia romana más; y la segunda, que Julio César tendría material suficiente para escribir uno de los libros más vendidos de la historia de la humanidad. Que para eso era Julio César y estuvo allí, así que no se lo tuvo que contar nadie. Un Julio César que, tres años después, cruzaría el Rubicón, lo que dio origen a lo que dio (y si no lo sabéis, lo buscáis, y así aprendéis algo más).

Que Julio César tenía a Vercingétorix entre ceja y ceja es tan claro como el agua de un manantial; pues el pollo había logrado llamar a la rebelión a la mayor parte de los pueblos de la Galia para decirle a aquél y a sus romanos que verdes las habían segado. De hecho, su táctica fue de lo más sencillo: venga quemar tierras para que los soldados de Julio César no tuvieran nada que llevarse a la boca, así que no les quedó más remedio que echarse una pechada de consideración para el cuerpo cruzando los Alpes con un palmo de nieve si querían plantarle cara. Una risa, tía Felisa.

De primeras, las tribus galas rechazaron un ataque romano en la ciudad de Gergovia, la capital de los avernos, pero los romanos traían consigo tropas para aburrir, así que el galo y los suyos se encerraron en la fortaleza de Alesia. Julio César, que era más listo que el hambre, ordenó la construcción de dos líneas de fortificación a su alrededor. Al ver tan negro el asunto, tanto tiempo rodeados y sin posibilidad de escapatoria, Vercingégotix atacó el punto más débil de la fortificación con un ejército de socorro que a los romanos les duró un suspiro o menos. Así que el 3 de febrero del año 52 antes de Cristo, dijo que hasta ahí había llegado la cosa. Después, fue conducido hasta Roma, donde permaneció seis años cautivo en una prisión hasta que fue ejecutado.

En definitiva, que esto es lo que tenía que contaros. Si queréis conocer más sobre el particular, pues ya sabéis, la obra de Julio César que os he comentado líneas más arriba, o los tebeos de Astérix.

Lo que prefiráis.

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