Hizo tres excepciones: dos de sus hermanas, Leonor y María. La tercera, Magdalena de Ulloa, la esposa de Luis Méndez de Quijada. Que habría tenido cojones de no hacerlo el colega.
Escribió Juan Vázquez de Molina, secretario del emperador en Valladolid, a Martín de Gaztelu, quien cumplía esas labores en el Monasterio de Yuste, lo siguiente: “Recibió el emperador a Doña Magdalena con todo favor”.
Como para no hacerlo. Vale que fuera la mujer de Luis Méndez de Quijada, el encargado de su casa y cuidados mientras estuvo en Yuste durante su estancia en Yuste. Pero de alguna manera tenía que agradecer que se hubiera hecho cargo de la criatura que concibió antes de desatar las hostialidades contra los protestantes. Criatura a la que llamaban Jeromín y que, con el tiempo, se convirtió en el héroe de Lepanto.
El día que el emperador se decidió a recibirla acudió acompañada del guacho para que pudiera conocerlo. Cuenta el Padre Alboraya en su “Historia del Monasterio de Yuste”, que el emperador “incorporóse en su sillón para recibirla cuando le permitieron sus rodillas hinchadas, y se quitó ante ella su toca de tafetán ligero. Dióle á besar su mano, y con gracia y galantería digna de sus juveniles años, pidió licencia á Quijada para besar él la suya a la adama. Mandó darla junto á sí un sillón de brazos, cual si fuese una princesa de la sangre, y mandó también descorrer las cortinas y abrir las ventanas”.
Como curiosidad, una de esas con las que acaban no pocas americanadas: la relación entre Magdalena de Ulloa y “Jeromín” nunca desapareció. La colega aún tuvo que hacerse cargo de una niña que el amigo tuvo con una dama de la princesa de Éboli llamada María de Mendoza. Así que allí se la dejó en 1567, que él tenía sus jaleos y como para dedicarle tiempo, etcétera. Siete años pasó con ella. Después la mandó al convento de las Agustinas de Madrigal. Con el tiempo, la cría se convirtió en abadesa de Las Huelgas Reales de Burgos una vez que Felipe II la reconoció como sobrina suya.