Honor siempre para Esquilo, gloria de la Tragedia griega. Es más, se le considera su creador ya que, a partir de la lírica local, introdujo un segundo actor en escena. Eso independizó el diálogo del coro, a lo que hay que unir otras innovaciones en la técnica teatral y en la escenografía. Una gloria griega, en definitiva; del que sólo se conservan completas 7 de las 90 obras que escribió, entre ellas la trilogía La Orestíada —Agamenón, Las coéforas y Las Euménides—.
Pero ¿cómo no lo va a ser un tipo cuya muerte es el mejor resumen del género que él mismo elevó a lo sublime? Porque la muerte de Esquilo es difícil de definir. Se podría decir que encierra la tragedia en sí misma —por cómo fue— y lo mejor de la comedia —también por lo que fue—. En definitiva, el precursor de la tragicomedia. Pálmala y crea un nuevo género teatral. En definitiva, un fiera Esquilo.
De la manera más absurda. Su muerte, digo. Y todo porque un oráculo predijo que la palmaría porque se le caería una casa encima, así que el colega salió por patas de la ciudad y se fue a vivir al campo; que allí, sin casa alguna a la redonda, difícil era que cerrara sesión, por no decir que imposible. Pero, sí, lo hizo en el campo, sin ninguna casa a decenas de kilómetros a la redonda. Con lo que no contaba Esquilo es que le cayera encima una tortuga que se le resbaló a un águila de las garras. Tortugazo que te crio y criar malvas. El águila se quedó sin papel y Esquilo sin vida. Lo que predijo el oráculo, o sea.
Y es lo que os tenía que contar hoy.