El teniente Arturo Saavedra solía frecuentarla. Se trataba de la sala de fiestas ‘Pasapoga’, acróstico formado por las dos primeras letras del apellido de cada uno de sus cuatro propietarios: Patuel, Sánchez, Porres y García. De lugar donde buenos ojos y mejores oídos se cotizaban al alza a comienzos de los años 40, cuando los nazis gustaban de perderse por Madrid, de disfrutar de un espejismo vedado a buena parte de los madrileños, a lugar de copas y de ligoteo no tan refinado.
Arturo Saavedra atravesó sus puertas en numerosas ocasiones, tantas como el cuerpo le pedía. Al igual que lo hicieron Ava Gardner y Gary Cooper, Frank Sinatra o Rosa Morena; pulmón de una ciudad que aún no era lo que llegaría a ser. “La sala mas famosa del mundo”, tal y como se anunciaba en la época del teniente Arturo Saavedra. Su decoración hacía de ella algo especial, distinta a cualquier otra sala de fiestas: columnas, palcos y escalinatas flanqueaban las pistas de baile. Y todo rodeado de mucho glamur, el que irradiaban las cortinas, espejos y pinturas murales. Ostentación, una realidad irreal.
En 2007, el ‘Pasapoga’ dejo de ser lo que fue para transformarse en un establecimiento comercial de una famosa marca de ropa. Pero cada vez que paso por su puerta, y más después de escribir ‘Se llamaba Manuel’, me paro delante de la puerta y veo salir por ella al teniente más cabrón que nunca me eché a la cara, ni creo que me eche jamás. Entre otra gente.