Un teléfono rojo. Así, visto con calma, es inofensivo. No muerde, tampoco ataca… Algo normal. Todavía se ve en alguna casa. Cosas vintage —que llamarlas viejas como que chirría—.Y sin embargo, de este artefacto tan sencillo dependió la vida durante décadas de todos los que moramos este planeta durante décadas. Que no hay otro, por ahora. Que no era rojo, sino negro. Pero eso ya es otra historia.
Gracias a él se evitó lo peor en numerosas ocasiones. Siendo lo peor, por poner un ejemplo, que nos hubiéramos volatilizado ya hace tiempo en forma de cenizas tras una antológica ensalada de pepinazos nucleares. Por ejemplo. De ésa y unas cuantas más nos salvó el teléfono rojo de marras que, como tal, entró en funcionamiento tal día como hoy de 1963. Más que nada como elemento de comunicación directa entre el presidente de los Estados Unidos de América y el secretario general del Partido Comunista de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (ahora la madre patria Rusia). Abreviando: entre los presidentes de las dos grandes potencias nucleares que se disputaban poder y áreas de influencia allá donde pudieran. Verbigracia, la llamada Crisis de los Misiles de 1962, cuando nos faltó lo que se dice un suspiro un cierre de sesión colectivo, sirvió para que rusos y americanos comprendieran lo importante que era contar con un medio directo y sin interferencias. Una cosa rápida, así, para entenderse y decirse a la cara todo lo que, antes, se interpretaba tras traducir la oportuna nota de prensa, comunicado o discurso oficial. Más enrevesados que el recibo de la luz, dicho sea de paso.
En sus inicios fue un cable que transmitía mensajes escritos, luego una línea satelital ya en los años setenta para compartir mapas, documentos y lo que se terciara. Sea lo que fuera, arregló más de un malentendido. Ambos gobiernos negarán cuántas veces lo usaron, pero se sabe que, por lo menos, sí le dieron candela durante las guerras entre árabes e israelíes de 1967 y 1973 y la invasión soviética a Afganistán en 1979. Y, como suele pasar en estos casos, culo veo, culo quiero: con el tiempo países, como China decidieron tener su propio teléfono rojo con según qué interlocutores —que se sepa, con Estados Unidos y Rusia—, además de otros países cuyas tiranteces —India y Paquistán, sin ir más lejos— provocan más de un escalofrío cuando armas nucleares están de por medio. Incluso EE.UU. le propuso uno a pachas a Irán por idéntico motivo, a lo que Teherán dijo que gracias, pero no.
No obstante, el fetén, el que dio origen a películas tan delirantes como ¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú, de Stanley Kubrick, fue el que adoptaron americanos y soviéticos tal día como hoy de 1963. Por lo que pudiera pasar.