La que organizó el arcediano de Écija

6 de junio. Día histórico, sin duda. Día de sufrimiento, de sangre. Ya, lo del Día D, estaréis diciendo. Nanai, que eso está más visto que el TBO y ya estaréis hasta el gorro de lo que ocurrió en aquellas playas francesas. Las barcazas desembarcando carne de reemplazo como si no hubiera un mañana, los nazis apostados en sus casamatas friendo a tiros a todo lo que se movía por la arena. Muy trillado ya. En cambio, este 6 de junio, en concreto de 1391, hubo una gorda, pero gorda, gorda, que es ensombrecida por lo del desembarco de Normandía. Una de esas hazañas que provocan vergüenza ajena. El responsable, Ferrán Martínez, arcediano de Écija y representante del obispo de Sevilla. Hors categorie. Vamos allá.

Que los judíos siempre han sido perseguidos a lo largo de la historia es algo que sabe todo hijo de vecino. Hubo épocas en que aquello era el pan nuestro de cada día, otras menos, pero el asunto está ahí, perene. Una de dichas épocas fue la Edad Media, que con eso de ser considerados responsables de la muerte del hijo de Dios no había día que no les cayeran dobladas. En todas partes, urbi et orbe. Y más en concreto, el siglo XIV fue de los jodidos de verdad: una crisis económica galopante, la peste llevándose por delante a más de diez y de veinte… Y en medio de este guirigay, los judíos, que tenían el dinero por castigo.

Ahora, centremos el asunto en Sevilla. Lo mismo de lo mismo ya dicho más cerca de 7.000 familias judías viviendo allí, a las que se odiaba todo lo que podáis imaginar y más. Se les acusaba de todo. Hasta de la misma peste si a alguno se le ocurría soltarse un cuescarro en público queriéndolo o no. Precioso el ambiente. Y eso lo aprovechó el arcediano de Écija, Ferrán Martínez, para acusarlos desde el púlpito de todo lo que se les podía acusar. Un tipo que, sin que nadie le dijera nada, se atribuyó la jurisdicción de las juderías en la diócesis sevillana y exigió a las distintas localidades donde vivían —la misma Écija o Alcalá de Guadaira entre ellas– que los expulsaran a la de ya. Así, un día tras otro, un día tras otro, y la peña que se va calentando cada día un poco más hasta estar más caliente que el palo de un churrero. Unamos a este clima tan lindo y divertido contra los judíos que la situación política de Castilla era un cachondeo, con lo que había barra libre para la anarquía y la impunidad ante los delitos. Como ejemplo, los judíos de Sevilla pidieron ayuda al rey, Enrique III, en 1378, quien llegó a escribir al arcediano diciéndole que se estuviera quieto, que los judíos eran propiedad del mismo rey. Por uno le entró y por otro le salió.

Y la cosa tenía que estallar. Justo en 1390, un año antes, murió Enrique II y ascendió al trono Enrique III, todavía menor de edad en ese momento —once tiernos años tenía la criatura—. Se mascaba la tragedia. Ya hubo un intento en marzo, concretamente el día 15, que no pasó a mayores. Pero lo del 6 de junio sí que fue serio. La peña, más caliente que el palo de un churrero, repito, entró en la judería de Sevilla tras el susodicho arcediano, que caminaba abriendo el comité de bienvenida al infierno portando una cruz. A sangre y fuego con ellos y sin misericordia. En total, 4.000 muertes y miles de mujeres y niños que acabaron vendidos como esclavos a los musulmanes. Sólo salvaron el cuello los que aceptaron —no les quedaba otra— convertirse al cristianismo.

Ni que decir que la judería de Sevilla quedó borrada del mapa y la ola antisemita acabó propagándose a Córdoba, Toledo, Barcelona…

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