Tal que un 28 de octubre de 1962 se puede decir que nos libramos —una vez más. Después de la que voy a contar habría alguna que otra también de aúpa— de irnos todos para el otro barrio en amor y comandita. Y es que, aquel día, americanos y soviéticos se dijeron que vale ya de tanta tontería, y si tú no me tocas las narices yo a ti tampoco. Y ahí quedó la cosa; que fue, como digo, el día que acabó la que se llamó la Crisis de los misiles. Aquello tuvo peor pinta que los pollos que se pueden ver en algunos mercados.
Tras derrocar a Fulgencio Batista y triunfar la revolución en Cuba en 1959, a EE. UU. no le hacía ni pizca de gracia tener a un aliado de la URSS a algo más de 150 kilómetros de las playas de Florida. Que menuda risa, tía Felisa; pues con la llegada de Fidel Castro al poder, los soviéticos daban palmas con las orejas sin fin. Un gobierno comunista a las puertas de EE. UU. Como marrano en lodazal, vamos. Y más cuando Castro tardó menos y nada en reconocer su apoyo a la URSS, lo que le valió un bloqueo económico de la isla como un piano de grande decretado por la Administración Kennedy.
Y sí, lo que todo el mundo veía que iba a pasar, pasó; que los soviéticos tardaron un silbido y medio en mandar misiles para la isla para solaz de Castro y cabreo de los norteamericanos. De esta manera, les devolvían la gratitud por emplazar misiles desde Turquía apuntando a su territorio. Que no nos falte de ná, que no, que no, que cantan Los cantores de Híspalis.
Eso sí, los soviéticos negaron todo —como siempre—, hasta que un avión espía norteamericano descubrió el pastel con unas fotos preciosas de los misiles soviéticos en suelo cubano. Y, claro, a Kennedy se le hincharon los cojones, y se lio. Pero parda. Estuvimos a nada de irnos para el otro barrio cuando el órdago de uno —Kennedy— lo subía el otro —Jruschov—, y viceversa. Quince días todo Cristo conteniendo la respiración, que no es poco; que, como te suelte un petardazo, no te van a encontrar ni el flequillo, que para eso tú tienes pelo. O dos. O tres; que, como se me caliente el dedo, te dejo la madre patria rusa como un solar. Hasta que, al fin, aquel 28 de octubre de 1962, Jrushov le pidió a Kennedy que vale ya la tontería de los misiles de Turquía —“tate quieto ya”, y eso— y no invadir Cuba a cambio de desmantelar la base soviética allí instalada. Y aquí paz, y después gloria.
Aunque paz, paz…
A raíz del episodio, vino lo de la instalación y puesta en marcha del teléfono rojo para que unos y otros se pudieran contar lo que fuera sin necesidad de poner al resto al borde del abismo.
Que no es poco.